sábado, 10 de febrero de 2007

Crónica de una noche.

Un viernes como todos los recientes en mi nueva etapa, sonó el despertador de mi teléfono celular a las 5:25 AM. No hacía frío, así que me levanté de la cama 5 minutos después antes de que sonara de nuevo la alarma. Los recientes días había logrado cosas muy interesantes y gratificantes, en el aspecto personal, debido a los avances en el proyecto que llevo a cabo en mi trabajo. Por tanto ese viernes me estaba levantando de la cama con mucho optimismo y una sensación de tranquilidad a la que no me he acostumbrado del todo.

Llegué a mi trabajo y entre hacer lo que más me agrada, que es pasar todo el día frente a una computadora haciendo investigación y realizando experimentación, y conversar a ratos con mi mejor amiga, también la persona más importante en mi vida, el día concluyó con muchos avances.

Había acordado verme para cenar, cita que, tras una enriquecedora conversación y agradable compañía, concluyó temprano, puesto que el cansancio ocasionado por la carga de trabajo y la responsabilidad de presentarme a trabajar al día siguiente, fueron el motivo por el cual ambos llegamos temprano esa noche de viernesa nuestros respectivos domicilios.

Llegué a mi casa alrededor de las 9:00 PM, y mi teléfono celular, cuya batería ya resiente de detrimento en su capacidad de almacenamiento de energía, pitaba cada cierto tiempo para recordarme que requería recargarse, así que le dejé conectado al tomacorreintes. La única persona que me interesaba contestar llamadas probablemente ya estaba descansando en su casa.

Es extraño que tras 5 años de no fumar, y volver a retomar el vicio el año pasado, mi necesidad de tener un objeto humeante en mi boca y un distorsionado sentido de previsión me hayan impulsado a salir a comprar una cajetilla de cigarros, previniendo no quedarme sin vicio al día siguiente, a pesar de que aún tenía la mitad de una.

Me puse una vieja chamarra de piel, algo desgastada, y salí a pie de mi casa. Mi automóvil lleva casi una semana en el taller debido a una descompostura en la caja de la transmisión, por lo cual me he visto en la necesidad de caminar para ira a cualquier parte en la cercanía. Siempre he disfrutado caminar, me proporciona la oportunidad de distraerme un poco de mis rutinas diarias y de pensar en otros menesteres de mi vida.

Salí por la puerta de peatones de mi colonia y me dirigí hacia Galerías Coapa, específicamente hacia el Sanborns, cuando recordé que la marca de cigarros que se me antojaron no estaba a la venta en dicho establecimiento, así que al llegar a la escalera me di media vuelta y me encaminé hacia una tienda Oxxo en Calzada de la Brujas.

La noche era fresca, no fría, y algunas gotas de lluvia y una ligera brisa caían sobre mi rostro y cabello. Encendí un cigarro mientras caminaba y al llegar a la esquina de calzada de las brujas, noté que a una persona, unos pasos atrás de mi, usando unas gafas oscuras en plena noche. «¡Vaya ocurrencia! ¿Quien usa gafas oscuras de noche?» Pensé. No dí mayor importancia y doble la esquina. Algunos metros adelante, un automóvil oscuro y sin luces se acercaba como a punto de estacionarse. Se detuvo de súbito justo a mi, se abrió una de las puertas traseras, donde había una persona sentada en el asiento correspondiente, en ese momento solo sentí a alguien empujándome por detrás hacia el interior del vehículo. en menos de dos segundos fui colocado contra el piso del mismo y me fue puesta una capucha en la cabeza. La persona que ya estaba en el interior del vehículo me la había puesto y me había inmovilizado sujetando mis brazos a mi espalda y aprovechando las limitaciones estructurales de la base del asiento y el respaldo del asiento delantero del conductor.

«¡Quieto, tranquilo y no te pasa nada! ¡Flojito y cooperando!», me repetía alguien mientras el automóvil circulaba a velocidad moderada. El sujeto que me empujó al interior del vehículo, y que me mantenía inmovilizado por las piernas, con algunas dificultades extrajo mi cartera del bolsillo de mi pantalón. Había silencio. Por mi mente solo pasaba una frase «¿Voy a morir hoy?», mi respiración se tornó nerviosa y me costaba trabajo aspirar aire a través de la tela de franela de la capucha. Uno de los sujetos me preguntó e insistió por el número de teléfono de mi domicilio y quien vivía conmigo. Por miedo proporcioné el número y mencioné que vivía solo. Sabiendo que mi madre estaba en casa de mi hermana y mi hermano de viaje, sabía que nadie contestaría el teléfono, fue la razón por la cual accedí sin protestar. Lo que pasaba por mi mente en ese momento era el impacto que podría tener en mi madre el enterarse que había sido secuestrado y lo desafortunado que sería para nuestra familia si acaso se comunicaban con la misma y pedían alguna cantidad de dinero que no teníamos.

El vehículo se detuvo unos instantes, mientras alguien bajó del vehículo (imagino el acompañante del conductor), y solo escuché algo que me dio a entender que haría una llamada desde un teléfono público. El vehículo reanudó su marcha realizando lo que supongo fue un recorrido por alguna colonia en las inmediaciones de calzada de Tlalpan. Unos minutos después, se volvió a detener. Regresó el sujeto que había salido a realizar la llamada telefónica y comentó disgustado «¡Nadie contesta, chingada madre! ¡Este cabrón si vive solo!». Los sujetos conversaban en voz baja entre ellos, yo realmente no podía poner atención, pues estaba aterrado y solo pensando en si saldría vivo de este infortunio.

Nuevamente, supongo el sujeto que iba en el asiento de copiloto, me exigió le diera el NIP de mi tarjetas bajo amenaza de que si no eran los correcto me iban a matar al tiempo que me ponían lo que supongo era un arma contra mi cabeza cubierta. El vehículo se detuvo de nuevo y volvió a descender uno de los sujetos. El automóvil reanudó su marcha, creo que dando la vuelta a la manzana. Unos minutos después, se volvió a detener para permitir el ascenso del mismo sujeto. «¡Solo tenía mil pinches pesos! ¡Este güey es otro pinche jodido!». Discutieron entre ellos respecto a que mil pesos «eran una madre» y que habían esperado obtener al menos cinco mil por la operación.

Me trajeron dando vueltas por no se que calles de la zona sur de la ciudad. Alrededor de las 12 AM detuvieron nuevamente el vehículo. Descendió el sujeto que inmovilizaba mis piernas al tiempo que el que inmovilizaba mi torso me levantaba mientras me encañonaba con lo que supongo era un arma. Me bajaron del automóvil y me guiaron hacia una pared sobre la acera. «Te vamos a dejar ir. Te voy a quitar la capucha. No vayas a voltear o te vamos a matar. Aquí a nadie le va a importar si se oyen los plomazos.»

Con mucha ansiedad me coloqué hacia la pared, me retiraron la capucha, al tiempo que uno de los sujetos me introducía un billete (que luego vi era de 100 pesos) en el bolsillo trasero de mi pantalón y mi cartera y tarjetas en la bolsa de la chamarra. «¡Para que veas que no somos tan ojetes, te vamos a dejar para tu taxi!». Me quedé quieto mientras una helada sensación recorría mi cuerpo. Pequeñas gotas de sudor salían de a través de cada centímetro cuadrado de mi piel y mi vejiga urinaria estaba plétora dándome unas tremendas ganas de orinar. Tres o cuatro minutos después, volteé hacia la calle. Me habían dejado en Cumbres de Maltrata, casi esquina con una calle secundaria. Por mi mente pasó el pensamiento «¡Salí vivo y solo me quitaron mil pesos! Tuve suerte.»

Me tranquilicé mientras iba caminando hacia calzada de Tlalpan. La experiencia me hizo desorientarme un poco y doblé equivocadamente un par de veces. Cuando finalmente logré llegar a calzada de Tlalpan, simplemente me dirigí hacia un parabús frente al Walmart junto a la estación Nativitas del metro, e hice parada a un taxi ecológico. «Cuanto le cobran regularmente después de las doce hasta Galerías Coapa», me dijo el chofer. Algo de miedo circulo por mi cuerpo cuando noté que no tenía taxímetro. «Setenta pesos, recuerdo de la última vez que estuve por esta zona». El taxista me indicó que era muy poco. Posteriormente me dijo que serían 80 pesos. Me tranquilizó el hecho de que el viaje ocurrió sin novedad. No comenté cosa alguna respecto a la experiencia que había atravesado hacía solo unos minutos. Me dejó en mi casa. Tenía mis llaves y mi cartera con sus tarjetas. Me fui directo al baño a orinar y luego darme una ducha rápida para lavar el sudor y adrenalina sobre mi piel.

No había persona alguna en mi casa. Estaba solo. No se si en shock, porque entre lágrimas y risas solo repetía a mi mismo: «¡Estoy vivo y solo perdí mil pesos!». Envié algunos mensajes de texto a mi mejor amiga para comentar lo sucedido, a sabiendas de que probablemente los leería hasta despertar por la mañana.

Hasta el momento de redactar esto, aún estaba asustado y con una necesidad muy fuerte de compañía. Hoy he llegado temprano a mi trabajo. Aún un poco tenso por la experiencia, pero tranquilo y sereno. Con una necesidad incontenible de relatar lo sucedido y comentar la moraleja que tal vez sirva a quien tontamente se arriesgue a salir de noche en la ciudad de México, solo, de noche, a pie, por una calle oscura, y solo para ir comprar unos pinches cigarros que en realidad no necesitaba. Miro en mi mente la experiencia y la siento como si hubiera sido de otra persona. Siento como si hubiera vuelto a nacer.